Reconoció que la lengua de la carta debía de ser alemán, una lengua que él no había aprendido. Incluso su padre ya no hablaba alemán correctamente y su madre, quien era de origen estadounidense, por supuesto hablaba sólo inglés. John y sus hermanos no habían tenido la oportunidad de aprender el idioma de su abuelo.
Todo eso le rondaba por la cabeza. Se quitó el gorro y se rascó la sien. Por supuesto, quería saber quien le escribía una carta a su abuelo y por qué. Podía ser que algún pariente alemán se hubiera acordado de su familia, aunque el apellido del remite no tenía ningún significado para él.
Sin embargo, sabía que su abuelo había venido de Solingen, la ciudad alemana que figuraba en el sobre. Su curiosidad estaba creciendo y reflexionó, preguntándose cómo podría descifrar el mensaje de la carta.
Debería encontrar alguien en su entorno que supiera bastante alemán como para traducirle la carta. ¿Pero quién?
Comenzó por pedir consejo a sus colegas y uno de ellos le dijo:
—¿Por qué no te vas al High School y preguntas al director si no hay un profesor de alemán en su instituto que pueda ayudarte. O... ¿Por qué
no preguntas al párroco, quien es un hombre culto y conoce diversas lenguas?
Así hizo John. Fue a visitar al párroco, quien le pudo traducir la carta:
“Le escribo hoy porque necesito ayuda. No tenemos bastante comida en la Alemania de la posguerra y a menudo sufrimos hambre. Yo soy un chico de 12 años, carezco también de ropa decente porque es imposible en estos tiempos comprar algo. Para obtener algo tienes que trocar una cosa por otra. Quisiera pedir su ayuda, si sería posible que nos mandaran algunos care packages, que es organizado por los Estados Unidos.
He hallado su nombre y dirección en un viejo álbum de postales y mi abuela Offermann me dijo que Ud. es un pariente lejano de nuestra familia. Por eso cobré ánimo como para escribirle a Ud. y pedirle su generosidad. Le estaré agradecido de todo corazón.”